Partimos de la base de que somos seres humanos racionales,
inteligentes, y que podemos analizar la realidad que nos rodea y nuestras
decisiones se basarán en este análisis “consciente” del entorno.
¿Necesitamos reproducirnos? ¿Nuestros genes están compitiendo
con otros para quedarse? Puede que sí, y puede que no, puede que haya genes que
se quedan, genes que se van, genes que se extinguen, pero ¿tengo yo el instinto
de procrear y perpetuar los míos? ¿Cuándo he perdido ese instinto? Sí, tengo
ese “instinto”, ya sea con un origen biológico o sociocultural, me apetece dar
vida y cuidar de otro ser humano para que pueda progresar y tener una existencia
rica y plena en este planeta.
¿En qué momento decido que no me importa si esta persona es
biológicamente y directamente descendiente mía? Quizás en el momento en el que
soy consciente de que todos venimos de la misma parte y todos componemos una
gran “familia”, que por unas circunstancias u otras, por unas reconfiguraciones
genéticas y medioambientales u otras, tiene determinadas características
diferenciales. Pero nuestro origen es el mismo, nuestra madre es la vida, la
tierra, todos vivimos juntos y conectados entre nosotros. ¿Realmente importa el
matiz de “haber salido directamente de mis genes mezclados con los de otra
persona”? La mayor parte de lo que biológicamente soy, lo que es mi cuerpo, mis
órganos, etc., ¿no está también presente en el cuerpo de otros seres humanos?
¿No debo yo dar la vida, cuidar y contribuir al desarrollo
de otra persona, que al fin y al cabo, aunque no haya salido de mí y no se haya
gestado en mi vientre, es igualmente mi hermano o hermana? ¿El amor entre
nosotros habría ser menor y diferente? ¿Por qué?
Está demostrado que los vínculos de sangre no son garantía alguna
de amor y bienestar, esos vínculos familiares que reflejan en típicas
expresiones como “sangre de mi sangre” son más un espectro psicológico
mitificado que algo físico que realmente influya para bien en nuestro
desarrollo. Ya eso no tiene sentido, hoy uno puede encontrar familia fuera de
su línea directa de sangre. Muchos de tus amigos pueden ser más familia que
algunos de tus parientes más cercanos. Lo que nos hace sentirnos cercanos y “familia”
de los que nos rodean es más el hábito, la convivencia y los vínculos que
forjamos con nuestras experiencias, que la propia sangre o genética. ¿Vamos a seguir creyendo que toda esa visión
simplista y tradicional tiene actualmente sentido?
No necesito emparejarme ni reproducirme para tener una vida plena. Eso, que en un principio se supone que tiene un sentido instintivo y de supervivencia, hoy lo pierde todo, y empieza a ser algo psicológico. ¿Por qué buscar un aliado (que en muchos casos se acaba convirtiendo en un enemigo destructivo) en una sola persona? ¿Por qué no admitir que todos estamos con todos y empezar a comportarnos como la gran familia que somos? ¿Es que nuestra visión no es capaz de llegar a más allá de nuestras propias narices?