Había una vez una niña muy bonita, una pequeña princesa que tenía un cutis blanco como la nieve, labios y mejillas rojos como la sangre, y cabellos negros como el azabache.
A medida que crecía la princesa, su belleza aumentaba día tras día hasta que su madrastra, la reina, se puso muy celosa y no pudo tolerar más su presencia. Ordenó a un cazador que la matara, pero como era tan joven y bella, el cazador se apiadó de la niña.
Corrió tan lejos como se lo permitieron sus piernas. Por fin, cuando ya caía la noche, encontró una casita y entró para descansar.
Todo en aquella casa era pequeño. Cerca de la chimenea estaba puesta una mesita con siete platos muy pequeñitos, siete tacitas de barro y al otro lado de la habitación se alineaban siete camitas muy ordenadas. La niña, agotada se echó sobre 3 de las camitas y se quedó profundamente dormida.
Cuando llegó la noche, los dueños de la casita regresaron. Eran siete enanitos, que todos los días salían para trabajar en las minas de oro, muy lejos, en el corazón de las montañas.
-¡Caramba, qué bella niña! -exclamaron sorprendidos-. ¿Y cómo llegó hasta aquí?
Se acercaron para admirarla cuidando de no despertarla, y a la mañana, la niña despertó y se asustó de ver a los siete enanos que la rodeaban, pero ellos la interrogaron tan suavemente que ella se tranquilizó y les contó su triste historia.
"-Si quieres cocinar, coser y lavar para nosotros -dijeron los enanitos-, puedes quedarte aquí y te cuidaremos siempre."
Y ella aceptó muy contenta. Y todos los dias limpiaba y preparaba la comida de los enanitos. Todas las mañanas se paraba en la puerta, y los despedía alegre con la mano cuando los enanitos salían para su trabajo...